ESA ESPECIE BENIGNA DE ESQUIZOFRÉNICOS
Carlos Garrido Chalén
Fernando Ampuero afirma que la gran mayoría de escritores, pertenece a una especie benigna de esquizofrénicos, en el que hay dos personas: el autor propiamente dicho, que existe gracias al acto de escribir, y el sujeto que luego lee o evoca lo que ha escrito, vale decir, una persona común y corriente, aunque con una eventual hipertrofia de la autoestima. Para él, Francis Scott Fitzgerald, autor de “Gatsby (1925), una de las novelas más señeras de Estados Unidos, fue uno de estos locos lindos, porque creía que la literatura no es una profesión, sino una vocación de infelicidad; que escribe para desnudar su alma, y, en esa franca impudicia, para embarcar a sus lectores en una visita guiada al nido de todos sus fracasos. Si se examina el fragmento del mensaje anterior, la afirmación de Ampuero contiene dos morfemas provistos de su propia significación y estructura fonética, que ésta vez la atribuye a los escritores: “especie benigna” y “esquizofrénicos”. Si nos atenemos a que la “esquizofrenia”, desde el punto de vista psicológico, es un trastorno de la personalidad caracterizado por la escisión de las funciones afectivas e intelectivas, la nuestra jamás podría ser entonces una “especie” (conjunto de cosas semejantes entre sí por tener uno o varios caracteres comunes) “benévola”. Sin embargo, fuera de esos empleos lingüísticos figurados que interesan al campo asociativo de la palabra (cada palabra de una lengua evoca en la mente del individuo un conjunto muy complejo de asociaciones de diferente naturaleza) – y de que sea verdad aquello de la “eventual hipertrofia de la autoestima” - lo que al parecer quiso decir Fernando, es que en el mejor sentido de la palabra (de allí
lo de “especie afable”), la nuestra es una locura benigna por sus objetivos fundamentales. En el maravilloso libro místico llamado Sohar o Libro del Esplendor, que algunos consideran mas inmenso e importante, incluso que El Talmud, se dice que la verdad que acuna la inspiración, siempre esta viva y se adueña de aquellos como nosotros que la escuchamos conmovidos; que es un vino delicioso que nunca se evapora; que cae sobre la tierra gota a gota, y escapándose de la copa de los sabios, llega hasta la tumba, para humedecer los labios de los muertos. La antigua Isis estaba velada. Cuando Moisés hablaba de Dios, se cubría la cabeza con un velo. Toda la teología de los antiguos estaba velada por alegorías mas o menos transparentes, como la mitología, a la que le han sucedido los misterios, que son el velo negro, acusando cada vez más esta faz de sombra adivinada. La locura humana lo ve todo al revés o no ve nada, y si nos fuera permitido emplear la metáfora atrevida de Moisés, la faz que las multitudes adoran no es sino el anverso de la ficción divina, la sombra posterior de Dios. En la literatura esa “locura” lo ve todo mas allá de lo evidente y todo lo presiente. Y sabe que nada se destruye, que todo se transforma y que cuando los seres cambian para obedecer la orden eterna, se concreta lo que entre los hombres se llama morir: unos resucitan en la luz y otros en el fuego. Unos en la eterna blancura de la paz, otros en el rojo del fogón o los tormentos de la guerra; y es esa misma locura la que hace escribir a los escritores y poetas sus conquistas, como pasó con Francis Scott Fitzgerald, allá en el Norte, a quien también nosotros, igual que T.S.Eliot y Edmund Wilson, admiramos.
Carlos Garrido Chalén
Presidente Ejecutivo Fundador de la UHE
Premio Mundial de Literatura “Andrés Bello” de Venezuela